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La mentira de la meritocracia: no, no todos llegan por “trabajar más duro”

Reflexiones Ago 19, 2025

Hace poco escuché un podcast de jugadores de fútbol.

El mensaje era el de siempre: esfuerzo, disciplina, trabajo duro. Y hasta ahí todo bien, porque claro que el trabajo importa.

El problema aparece cuando ese discurso se lanza como una receta universal para la vida. Lo que se olvida mencionar es que ellos representan un porcentaje mínimo de todos los jóvenes que alguna vez soñaron con ser futbolistas profesionales.

Uno de los entrevistados incluso lo dijo: “Había jugadores mucho mejores que yo que se quedaron en el camino”.

Entonces, ¿qué pasó ahí? ¿Falta de esfuerzo? ¿De ganas? ¿O fue suerte y condiciones materiales las que hicieron la diferencia?

El error no está en reconocer el valor del esfuerzo, sino en generalizarlo como si todos tuvieran las mismas oportunidades. El futbolista que logró llegar puede contar su historia como una lección de vida, pero no puede olvidar que por cada “ganador”, hay miles que lo intentaron con la misma pasión y jamás tuvieron el escenario, la red de apoyo o la oportunidad.

Seguir alimentando la narrativa de “todo depende de ti” es un insulto para quienes ponen el mismo sudor y se quedan atrás porque el sistema nunca los consideró. Claro que el trabajo importa, pero importa tanto como el contexto que lo sostiene: las condiciones materiales, las oportunidades reales y hasta el azar.

El problema no es motivar, es engañar. Porque el mensaje que llega al oyente promedio no es inspiración, es culpa: “si no lograste nada, es porque no trabajaste lo suficiente”.

Y no, no es así. El éxito no se trata de quererlo más fuerte, sino de estar en el lugar correcto, con las condiciones correctas. Porque dime algo, ¿de verdad crees que todos esos jugadores que eran mejores y se quedaron en el camino no querían lograrlo?

El esfuerzo importa, pero no lo es todo. La meritocracia, así como la venden, es un mito conveniente: pone todo el peso en el individuo y nunca en el sistema. Al final, si no cuestionamos esa narrativa, solo terminamos responsabilizando a la gente por fracasos que nunca fueron su culpa.

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