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El privilegio de no mirar una pantalla

Health, Reflexiones Oct 17, 2025

Cada vez es más difícil estar alejado de una pantalla.

Teléfonos, computadoras, relojes, tablets, televisores… todos forman parte de una rutina que ya no cuestionamos. Trabajamos, socializamos, nos entretenemos y hasta descansamos frente a una.

Desconectarse hoy requiere un acto consciente de resistencia. No se trata solo de apagar un dispositivo, sino de recuperar el control sobre algo que, sin darnos cuenta, se volvió nuestra extensión.

El costo invisible de estar siempre conectados

En mi caso, trabajar frente a una pantalla es parte de mi día a día.

Pero hay algo que me preocupa: cuando mis hijos me ven con el celular o la computadora, no saben si estoy trabajando o simplemente “viendo algo”.

Y eso cambia su percepción del tiempo, del esfuerzo y de lo que significa estar presente.

Lo peligroso no es solo la exposición, sino la normalización. Crecen con la idea de que pasar horas frente a un dispositivo es lo natural. Que “hacer algo” significa “ver algo”.

El nuevo lujo: desconectarse

Un estudio reciente sobre el movimiento digital detox define la desconexión como el nuevo lujo moderno.

Según investigaciones publicadas en Vocal Media y Hotel News Resource, las personas que logran estar sin pantallas por periodos prolongados reportan mayor claridad mental, mejores niveles de descanso y un incremento en su creatividad.

Lo paradójico es que no todos pueden hacerlo.

Desconectarse, para muchos, tiene un costo: dejar de generar ingresos, perder oportunidades o aislarse socialmente.

En un mundo donde el acceso a internet es más común que el acceso a servicios básicos, estar fuera de línea se volvió un privilegio.

La resistencia cotidiana

Desconectarse es cada vez menos una opción y más un lujo reservado para quienes pueden pagar por no estar disponibles.

Existen retiros digitales, resorts sin Wi-Fi y experiencias que te cobran por “no tener señal”.

Pero la verdadera desconexión no debería ser un servicio premium, sino una decisión diaria.

En mi caso, busco equilibrio.

En casa, nuestros hijos tienen acceso a pantallas solo una hora al día —ya sea para ver caricaturas, jugar o usar la tablet—. Hasta ahora, ha funcionado.

No se trata de prohibir, sino de enseñar que la pantalla no puede reemplazar la vida.

Lo difícil no es apagar el dispositivo, es apagar la mente

Estar sin pantallas no siempre significa estar presente.

Muchos seguimos revisando el teléfono “por si acaso”, incluso cuando ya lo habíamos dejado a un lado.

Nos cuesta desconectarnos porque el silencio digital se siente incómodo, como si algo faltara.

Y sin embargo, ese silencio es el nuevo lujo.

Es el espacio donde vuelve la atención, la paciencia y la calma que las notificaciones nos roban.

Reflexión final

Desconectarse no es rechazar la tecnología, sino reconciliarse con ella desde otro lugar.

No para desaparecer del mundo, sino para regresar a él con más intención.

Como escribió Cal Newport, autor de Digital Minimalism:

“La tranquilidad es el nuevo lujo. La capacidad de estar solo con tus pensamientos, sin interrupciones, es un acto de poder.”

Y quizá ese sea el verdadero reto de esta era:

no solo aprender a conectarnos mejor, sino atrevernos a desconectarnos sin miedo.

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